lunes, 18 de julio de 2011

56.- Comunión de los santos, Ap 19:1-11

56.- Comunión de los santos, Ap 19:1-11





El capitulo 19 del Apocalipsis hace una lectura teológica del anterior. El autor ve en la caída del imperio romano una manifestación gloriosa de la justicia y el poder de Dios, y escucha una canto de gratitud que progresa hasta el gran final. El regocijo empieza en el cielo ( AP 19:1-4), sigue entre los servidores fieles (v. 5) y termina con una alegría general por “las bodas del Cordero”, quien controla el rumbo de la historia (vv. 6-11)


Este texto muestra la unión entre la iglesia celeste y la terrestre. Jesús glorificado une a todos los creyentes, vivos y difuntos, en un abrazo fraterno que proclamamos al profesar el Credo: “Creo en la comunión de los santos”.

Los cristianos que peregrinamos en la tierra, los que se purifican después de morir y los que gozan de Dios: “ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor” (Rom 14:7-8).

Nuestros actos de amor benefician a todos en una solidaridad universal, y nos convierten en la esposa del Cordero (Cristo) engalanada con buenas acciones ( Ap 19:8).

Esta unión con la iglesia celestial y Cristo la vivimos especialmente en la celebración fraterna y alegre de la Eucaristía. El Padre se complace en ver a su familia completa -vivos y difuntos- amándonos e intercediendo unos por otros. En la misa, cuando profeses el Credo y ores por los fieles vivos y difuntos, recuerda esto: te sentirás revitalizado/a como miembro de la iglesia peregrina en la tierra.

55.- Alivio y fortaleza para los enfermos, Sant 5:14-16

55.- Alivio y fortaleza para los enfermos, Sant 5:14-16




Como Jesús, los católicos no vemos a los enfermos como individuos de segunda categoría ni como pecadores castigados por Dios. Cuidarlos y rezar por ellos es un signo de solidaridad fraterna, en el que Dios se hace presente y palpable a través del amor que les damos. En casos de gravedad o de edad avanzada, la iglesia concede el sacramento de la Unción de los enfermos, que celebra el poder de sanacion de Dios, como lo proclama Santiago (5:15).

La gracia primera de este sacramento es una gracia de consuelo, de paz y de animo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejes. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación de desaliento y angustia ante la muerte.

El sacerdote, acompañado por miembros de la comunidad, unge la frente y las manos del enfermo, como signo del poder y el amor de Dios, pronunciando estas palabras “por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.

Este sacramento revive el misterio pascual de Cristo, su muerte y resurrección, celebra la nueva vida a través de la muerte.

54.- Jesús y Melquisedec, Heb 7

54.- Jesús y Melquisedec, Heb 7

En la primera plegaria Eucarística, después de la consagración, el sacerdote ora con las siguientes palabras:

Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura tu sumo sacerdote Melquisedec.

Melquisedec aparece en el Génesis, ofreciendo un sacrificio de pan y vino a Dios, una ofrenda pura ( Gn 14:17-20). Por ello y po

r el hecho de no ser de la tribu de Leví, se le considera precursor de Jesús, según lo anunciado en el salmo 110:4.

A partir de Jesús, su sacerdocio prevalece sobre cualquier otro, pues él es la ofrenda perfecta para siempre, “por la fuerza de una vida indestructible” de su resurrección (Heb 7:16). Así se cumple la profecía mesiánica en el salmo 110: “Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec” ( Sal 110:4; Heb 5:6; 7:17)

53.- Sana enseñanza sobre la fe y el amor, 2 Tim 1:13-14

53.- Sana enseñanza sobre la fe y el amor, 2 Tim 1:13-14



Desde la época de los apóstoles, la iglesia ha considerado esencial transmitir una “sana enseñanza” que no distorsione la fe y el amor que se encuentran en Jesús (2 Tim1:13-14). En la vigilancia de esta doctrina sana, la iglesia es asistida por el Espíritu Santo que habita en ella.

Al realizar este esfuerzo, la Iglesia Católica se basa en la Sagrada Escritura, inspirada por el Espíritu (3:16). En segundo lugar se apoya en la Tradición viva de la comunidad eclesial, que es anterior a la Biblia, y que no puede contradecir la Sagrada Escritura.

En tercer lugar usa la razón, pues si nuestra razón no fuera compatible con Dios y lo que el no revela y comunica, no podríamos entender su voluntad. El Magisterio de la Iglesia –el Papa y los obispos- es responsable de velar para que la unidad y autenticidad de la fe no se deteriore por ideas contrarias o equivocas.

El deseo constante de Jesús era hacer la voluntad de Dios. Así la iglesia se esfuerza por entender y cumplir la voluntad de Dios.

52.- Pastores y servidores de la iglesia, 1 Tim 5:17-22

52.- Pastores y servidores de la iglesia, 1 Tim 5:17-22








Durante la segunda generación de cristianos cristaliza una triple función de los lideres de las comunidades. Es interesante que los nombres de estos tres servicios provengan de la administración civil y no del lenguaje religioso de su tiempo:

  • El obispo es “supervisor” de la comunidad ( 1 Tim 3:1-7). Tiene que ser hombre respetable, firme en al fe y despegado del dinero, como Jesús.
  • El presbítero es el “anciano” de la comunidad. Debe ser respetado por su enseñanza y predicación (5:17-22).
  • El diacono es el “servidor” de la comunidad (3:8-13). Está al servicio de los pobres; debe mostrarse serio, hablar sin falsedad y no dejarse atraer por el dinero.

Los tres oficios nacen de la entrega de Jesús; son conferidos para el cuidado y la unidad de la comunidad, y se asignan mediante la imposición de las manos. Ellos garantizan la unidad de fe y el amor fraterno en la iglesia-comunidad, y con el tiempo dan lugar a sacramento de la Orden sagrada.

51.- Permanezcan firme en la Tradición, 2 Tes 2:15


51.- Permanezcan firme en la Tradición, 2 Tes 2:15

Antes de escribirse las cartas bíblicas, ya existía una tradición de fe en las comunidades cristianas, con creencias, costumbres religiosas y un estilo de vida según las enseñanzas de Jesús a la luz del Espíritu Santo. Tradición viva eclesial, anterior a la palabra escrita inspirada por Dios, suele conocerse como Tradición, “T” mayúscula, para diferenciarla de las tradiciones religiosas populares.

Los católicos consideramos que la Tradición y la Sagrada Escritura son dos pilares de la verdad de Dios, manifestadas en la vida, muerte y resurrección de Jesús. Nuestra fe se basa en las dos y ambas nos ayudan a ser fieles a Jesucristo y a colaborar en su misión.

Las costumbres y tradiciones, como las devociones y las expresiones de religiosidad popular o de piedad familiar, muchas veces encarnan y popularizan una verdad de fe. Por ejemplo, las fiestas de los santos patronos son expresiones culturales de la fe en la comunión de los santos y enriquecen la iglesia universal.

Las costumbres y tradiciones populares son validad si ayudan a conocer a Cristo, a relacionarnos con Dios y a producir los frutos del Espíritu: alegría, amor, paciencia, autodominio, etc. Si no llevan a esto, necesitan ser revisadas o puestas en un nuevo contexto.

La Tradición está en el centro de la fe. Las tradiciones pueden ser marginales a la fe y deben ser purificadas de elementos que contradicen el evangelio de Jesús.



50.- La Eucaristía: una acción de gracias, 1 Tes 5:16-19



50.- La Eucaristía: una acción de gracias, 1 Tes 5:16-19




El centro de nuestra vida de fe es la Eucaristía, palabra griega que significa “acción de gracias”. Los cristianos son gente agradecida y lo expresan en una letanía sin fin. Rézala, diciendo después de cada frase: “Gracias mi Dios, gracias”

Por la vida, su belleza y su profundidad.

Por Jesús, el hijo, al amado padre.

Por la paternidad y maternidad de Dios.

Por el reino de Dios: su cercanía y su presencia en medio de nosotros.

Por la fraternidad y solidaridad; el amor y cariño; la amistad y comprensión.

Por el vasto universo, con su brillo centellante y su mar de estrellas.

Por la naturaleza entera que alaba al Creador.

Por el pan en la mesa y el vino en la copa.

Por la fidelidad de nuestra Dios.

Por la muerte y la resurrección.

Por Jesús, que nos alimenta con la Eucaristía.

Por el Espíritu Santo que habita en nosotros y entre nosotros.

Por la paz y la comunidad que nos sostienen.

Por María, que nos acompaña en nuestra jornada de fe. Amen.

49.- La comunión de los santos, 1 Tes 4:13-18

49.- La comunión de los santos, 1 Tes 4:13-18



Desde el principio, Pablo ve la iglesia como una comunión de santos, personas consagradas a Cristo, que se van identificando con él. Esta “comunión-unión”, en Cristo abarca a sus miembros difuntos, vivos y venideros.

Puesto que en aquella época se pensaba que la segunda venida de Cristo, en que alcanzaría su plenitud el reino de Dios, sucedería pronto, los tesalonicenses se preocupaban por las personas que habían muerto antes. Pablo los consuela diciéndoles que todos los que vivieron unidos a Cristo resucitaran con él y los exhorta para que no se entristezcan.

La fe de Pablo en el Resucitado engendra una esperanza firme en el Dios de la vida, que reúne a todos sus hijos, del pasado, presente y futuro, en una comunidad de santos. Juntos formamos el pueblo de Dios, la iglesia. Esta convicción la profesamos en el Credo y la manifestamos al venerar a los santos que dieron testimonio de su identificación con Cristo.

48.- La Eucaristía: un memorial, 1 Cor 11:23-26


48.- La Eucaristía: un memorial, 1 Cor 11:23-26



Lee 1Corintios 11:23-26. Este es el primer escrito con las palabras de Jesús en su Última Cena con los discípulos. Los católicos creemos que cuando, siguiendo el deseo de Jesús, el sacerdote pronuncia estas palabras durante la Eucaristía para consagrar el pan y el vino a Dios, estos se transforman en el cuerpo y la sangre de Jesús, mediante una transustanciación, o sea un cambio de sustancia sacramental.

Después de elevar el pan y el vino, el sacerdote dice: “hagan esto en memoria mía”. Esta memoria nos refiere a cruz y a la resurrección de Jesús, donde radica el significado de su vida, pues Jesús muere para que nosotros tengamos vida. Nosotros respondemos con una aclamación de fe en el misterio pascual revivido en comunidad.

La participación en este sacramento nos une a Jesús, ilumina nuestro camino como discípulos suyos, y nos alimenta y fortifica para vivir en servicio y entrega con el. Procura participar siempre en la Eucaristía dominical y, si las circunstancias te lo impiden revive espiritualmente este misterio, con una pequeña oración como la siguiente o una similar:

Señor Jesús, aquí estoy. No pude participar hoy en la Eucaristía, pero me uno a las que están celebrando en este momento en todo el mundo. Soy parte de ti y de la comunidad y necesito que vengas a mi y renueves mi compromiso a seguirte. Quédate siempre y permíteme vivir como tu cuerpo místico en este mundo, hasta alcanzar la eternidad contigo después de la muerte. Amén.