domingo, 9 de septiembre de 2007

40.- La paz de Cristo en la misa


40.- La paz de Cristo en la misa, Jn 14:27


Jesús se despide de sus apóstoles dejándoles su paz. Es una paz profunda y plena, que, al ser fruto del mayor amor posible, es activa, enérgica, constante y solidad; no una tranquilad pasiva.


En la misa, después de la oración del Padre Nuestro, al compartir la paz de Jesús, deseamos mutuamente que el amor de Dios nos llene, para seguir la vida cristiana sin inquietarnos ni tener miedo. Con esta paz de Jesús, los cristianos podemos mantener la ecuanimidad y la felicidad en medio del dolor, la persecución, la guerra, las enfermedades y la muerte, y somos capaces de vivir con dignidad y esperanza, incluso situaciones extremadamente difíciles.


Cuando en la misa llegue el momento de dar la paz, recibirla con el corazón abierto y entrégala a los que te rodean, feliz de compartirles este don de Jesús. Al salir de la mis, recuerda que es una paz activa, que se construye con tu esfuerzo; regálala y constrúyela entre tu familia, amistades y compañeros…., trata a todos con amor, bondad y justamente.

39.- La Eucaristía y el servicio humilde a la comunidad


39.- La Eucaristía y el servicio humilde a la comunidad, Jn 13:1-17


Juan empieza el libro de la pasión-gloria de Jesús con el relato de la Última Cena; en él presenta a Jesús lavando los pies a sus discípulos ( Jn 13:1-17), en lugar de la institución de la Eucaristía como los evangelios sinópticos ( Lc 22:14-23: Mc 14:22-26; Mt 26:26-30).


A partir de ahora, Juan narra los momentos de intimidad que Jesús, sabiendo “que había llegado la hora”, reserva en exclusiva para “los suyos” (Jn 13:1). Te recomendamos entrar a esta parte con la reverencia de quien es invitado a la despedida de una amigo que, habiendo llevado su amistad “hasta el final”, esta a punto de morir.


Los católicos celebramos el lavatorio de los pies el Jueves Santo, el cual inicia el Triduo Pascual, que empieza la noche del Jueves Santo y culmina el Domingo de Resurrección. Con este gesto, Jesús subraya que el servicio, central en todos sus seguidores, es particularmente importante en los sacerdotes, quienes son ordenados para presidir la Eucaristía y estar al servicio de comunidad de fe. ¡Qué vocación tan grande ser llamados al servicio en la vida sacerdotal y qué riesgo tan alto perder este ideal y suplirlo por la ambición del poder y la separación de la comunidad PARA la que fue ordenado!

38.- Jesús, pan de vida para el mundo


38.- Jesús, pan de vida para el mundo, Jn 6: 22-59


Juan presenta dos discursos con los que Jesús ayuda a interpretar el digno de la multiplicación de los panes y los peces ( Jn 6:1-15). Lee Juan 6:35-40, 51-59. Observa como Jesús se define a si mismo diciendo “Yo soy el pan de vida”, y nos promete: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”.


Nuestra vida es un camino hacia Dios, que recorremos fortalecidos con el mismo Cristo que se quedó con nosotros en este pan. Sólo así tenemos la fuerza para cumplir su gran mandamiento: “Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros” (13:34)


Los católicos damos gran importancia a estas enseñanzas de Jesús. Por eso la iglesia celebra el sacramento de la Eucaristía diariamente en todo el mundo, y esta constituye el centro y cúspide de nuestra vida cristiana. También es la razón por la que la iglesia nos pide que, siempre que sea posible, participemos en la misa dominical y recibamos la comunión.

La adoración al Santísimo Sacramento y las visitas que hacemos a Jesús en el sagrario fundamentan y fortalecen a la vez nuestra fe en Jesús presente en el pan consagrado.


Y, cuando estas dos prácticas no son factibles, los católicos recurrimos a la “comunión espiritual”, mediante la cual pedimos a Jesús que nutra y fortalezca nuestra vida con su presencia en nosotros.

37.- El Cordero de Dios


37.- El Cordero de Dios, Jn 1 29-36




Lee Juan 1:29-34. Juan el Bautista presenta a Jesús como el Cordero de Dios, porque la imagen del cordero era muy evocada para los judíos, pues les recordaba la liberación de Egipto y al chivo que cargaba las culpas de la gente ( ver “La pascua del Señor” EX12-14), y “El gran día de la expiación y el chivo expiatorio “, Lv 16).


Jesús es quien nos alcanza la liberación plena del pecado y la muerte al entregar su vida por el perdón de los pecados, justamente el día y la hora en que sacrificaba a los corderos en el templo de Jerusalén. De ahí que los cristianos designemos a Jesús con la imagen del “Cordero de Dios” y que afirmemos su triunfo definitivo con la imagen del Cordero del Apocalipsis ( ver Ap 5).




Los católicos subrayamos la importancia de la imagen de Jesús como el Cordero de Dios, mencionándola varias veces en la misa. Alabamos con ella a Cristo en el himno del Gloria; lo invocamos con estas palabras para que nos de su misericordia y su paz, en el rito de la comunión, y es Jesús, el Cordero de Dios, quien nos invita a la cena del Señor. En el futuro, cuando escuches en la misa la frase “Cordero de Dios”, recuerda la profundidad que tiene esta imagen de Jesús.