domingo, 11 de noviembre de 2007

45.- ¡Yo creo!

45.- ¡Yo creo!, Hch 4:5-12

Pedro se levanta ante las autoridades y los ancianos incrédulos, y proclama con intrepidez su fe en Jesús como el Mesías único salvador ( Hch 4:5-12). Proclamar la fe es declarar o profesar en voz alta el fundamento que sostiene nuestra relación con Dios.




La primera profesión de fe en tiempos de los apóstoles fue la exclamación: ¡Jesús es el Mesías, el Señor! (Hch 2:36). Con el tiempo, la iglesia articulo otras verdades de fe hasta crear una declaración organizada de ellas, que llamamos Credo, del latín “creo”. En la Eucaristía dominical profesamos este Credo, según fue definido en los concilios de Nicea (325 d.C.) y Constantinopla (381 d.C.), sea en su versión extensa o en una versión abreviada conocida como “Credo de los Apóstoles”, el cual te invitamos a profesar ahora fijándote en lo que dices:


Creo en Dios, Padre todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo,

su único Hijo,

Nuestro Señor que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de Santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado,

muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucito de entre los muertos,

subió a los cielos y esta sentado a la derecha de Dios,Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la Santa Iglesia Católica,

la comunión de los Santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne y la vida eterna.

Amén.




¿Cuáles de estas verdades te llenan de paz y cuales de gozo?

¿Cuáles te desafían más?

¿Podrías expresar estas creencias a personas que no creen en Jesús?

Comparte con tu familia o grupo juvenil como vives la fe que proclamas en el Credo.


44.- Recibe el sello del Espíritu Santo, Hch 2:1-21

¿Cuándo recibimos al Espíritu Santo, en el Bautismo o en la Confirmación?

Lo recibimos en ambos sacramentos. Somos bautizados con agua y el Espíritu, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


En el Bautismo somos ungidos con aceite como signo de que el Espíritu Santo nos fortalece y nos sella para proclamar la Buena Nueva a todas las naciones como a los discípulos en Pentecostés ( Hch 2:1-4)

En la Confirmación somos sellados con el mismo aceite que se usa en el sacramento del Orden Sacerdotal como signo de que el Espíritu Santo ha completado nuestra iniciación como miembros de la Iglesia. Esto indica que estamos listos para ser auténticos seguidores de Jesús, miembros activos de la iglesia, que viven y proclaman su evangelio.


El uso del aceite se remota a la época en que el pueblo de Israel ungía a sus reyes, profetas y sacerdotes con aceite por que este purifica, da agilidad y fortalece y al ser absorbido por la piel y al penetrar en las células, convirtiéndose en parte de nosotros.


Piensa en lo grandioso que es tener el Espíritu de Dios en ti, el amor que puede generar en ti, el poder que te da para hacer el bien. Medita un poco sobre esto y deja que el Espíritu Santo dirija tu vida.

43.- El poder de perdonar los pecados


43.- El poder de perdonar los pecados, Jn 20:21-23




Al iniciar su ministerio en los sinópticos, Jesús aprovecha la curación de un paralitico para ofrecer una enseñanza sobre el pecado y su perdón, y dejar claro que, dado que solo Dios puede perdonar los pecados, Jesús es Dios y tiene ese poder ( Mc 2:1-12). En Juan, ahora, la tarde del día de su resurrección, se hace presente a su comunidad de discípulos y les da el poder de perdonar los pecados.


Lee Juan 20:19-13 y observa como Jesús les da su paz a sus discípulos para que la pasen a otros, y les confiere el poder del Espíritu Santo para que sean instrumentos de su misericordia y perdón. Con este gran regalo, Jesús deja su Espíritu en la Iglesia, para que venza al pecado que deshumaniza y divide a las personas, u sea fuente de reunificación con Dios y las personas ofendidas, convirtiéndose así en fermento de paz en el mundo.


Al decir que pueden absolver o retener los pecados, indica que el perdón implica una especia de juicio, de donde se deduce que el/la pecador/a debe confesar sus pecados. Por esta razón, el sacramento de la Reconciliación o Penitencia se conoce como Confesión. De esta acción de Jesús nace el sacramento de la Reconciliación, quedando a cargo de los apóstoles y sus sucesores, desde los primeros años de la iglesia.

42.- Vigilia pascual


42.- Vigilia pascual, Jn 20




El Triduo Pascual es el centro del año litúrgico católico y su clímax es la Vigilia Pascual, en la que celebramos el “paso” de Cristo de la muerte a la vida. La vigilia pascual tiene cuatro partes:




1. Lucernario. El Cirio Pascual representa a Jesús, centro de nuestra vida, luz del mundo en su triunfo sobre las tinieblas del mal. Con el Pregón Pascual alabamos a Cristo por iluminar siempre su iglesia y hacernos hijos de la luz.




2. Liturgia de la palabra. Las lecturas, abundantes como nunca, muestran el proyecto salvador de Dios a lo largo de la historia, desde la creación hasta la alegría de Cristo resucitado, pasando por la liberación de Israel y la expectativa del Mesías.




3. Liturgia bautismal. Si hay conversos adultos, se les bautiza en este momento. Todos los fieles encendemos nuestras velas con la luz del Cirio, celebramos nuestro Bautismo y, con la asamblea, renovamos el compromiso que contrajimos entonces.




4. Liturgia de la Eucaristía. Vivimos de modo especial la ofrenda de Jesús, y cantamos con particular énfasis: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.

En esta vigilia, el “aleluya” es majestuoso, pues con el aclamamos el triunfo de Jesús, nuestro salvador y hermano, sobre el pecado y la muerte. Fortificamos con la vivencia pascual, y habiendo renovado nuestro compromiso bautismal, salimos a ser testigos de Cristo resucitado con nuestra vida de servicio y alegría.

41.- Madre universal


41.- Madre universal, Jn 19:25-27

Lee Juan 19:25-27. Jesús crucificado, queriendo fortificar a “los suyos”, proclama una especia de testamento final y encarga mutuamente a su madre a su discípulo amado. La tradición de la iglesia ha visto en el discípulo amado a todos los creyentes, y en María a la nueva humanidad, la iglesia o la madre de todos los cristianos. Como el discípulo acogió a María seguimos acogiéndola los católicos.

La devoción a María como madre de todos ha llevado a los católicos a nombrarla como patrona protectora de sus países. Varios de sus títulos en América Latina señalan sus cualidades como la madre de Dios: Nuestra Señora de la Misericordia en la República Dominicana, de la Caridad del Cobre de Cuba, de la Divina Providencia en Puerto Rico y del Socorro en Guatemala, por nombrar algunas.



Con distintos vestidos y adornos, María nos revela su amor materno y nos orienta hacia Jesús, al acompañarnos en nuestro camino de fe y vida comunitaria, fortalecernos en la vida diaria, los sufrimientos y los conflictos, y comparte nuestras celebraciones. Sus palabras a San Juan Diego, en México, fueron las de una madre preocupada especialmente por sus hijos que sufren y viven angustiados:

Por que yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres…y de las demás estirpes de hombres…los que me busquen, los que confíen en mi, porque ahí les escuchare su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.


Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor…que nos se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva.